La educación Jesuita. Parte Cuatro: La educación sin escuelas.

     


                                                                                                                                                            Por Adriana Ortega. Universidad Iberoamericana.

La educación jesuita. 

La educación sin escuelas 


Mucho más importante que la gramática latina era la difusión de la palabra de Dios, y aún más necesaria que la instrucción elemental era el aprendizaje de las prácticas piadosas, los ejercicios de devoción y el cumplimiento de los mandamientos. 

En forma similar proyectaron los jesuitas novohispanos su tarea docente con toda la población. El mensaje didáctico dirigido a los jóvenes colegiales de aristocráticas familias, a los esclavos y s sirvientes, a los miserables trabajadores de los obrajes y a los indios de remotas aldeas debía coincidir al menos en este punto: la trascendencia de la vida humana y el común destino en la eternidad. 

También el dramatismo en la exposición debía emplearse igualmente con unos y otros. En las aulas se hablaba en elegante latín y en las misiones en lenguas indígenas, los futuros clérigos se instruirían en teología y los campesinos se afanarían sobre el arado, pero todos deberían aceptar su lugar en la sociedad, conocer sus obligaciones como cristianos y cumplir con los actos de piedad comunitaria. 

Como actividades complementarias de la instrucción escolar, en todos los colegios se erigieron congregaciones marianas, afiliadas a la de la Anunciata del Colegio Romano. A ellas se incorporaron los jóvenes estudiantes, muchos antiguos alumnos de la Compañía y no pocos caballeros prominentes de las ciudades que por afinidad, interés o devoción colaboraban en las obras de caridad, asistían a las pláticas de formación moral y contribuían a la promoción de la cultura mediante la edición de obras clásicas. 

Los cargos de prestigio y autoridad se asignaban por elección entre los congregantes, que también discutían las decisiones relativas a actividades cotidianas; las congregaciones constituían una cierta especie de entrenamiento para el desempeño de las responsabilidades políticas, planeado por los jesuitas para fornentar las cualidades de mando entre quienes consideraban que estaban destinados a ejercer algún tipo de autoridad. 

Mientras en los salones y capillas asignados se realizaban las reuniones de las congregaciones, bajo la presidencia del prefecto, otro jesuita, de menor rango jerárquico, se ocupaba de instruir a los sirvientes y cocheros que esperaban en el patio.

Esta enseñanza paralela podría sintetizar el sistema de instrucción planeado por la Compañía: educación para todos, pero en distintos niveles, con diversos métodos y aun con diferentes maestros. Un mensaje universal de ortodoxia y devoción podía presentarse corno recomendación de rigor o de tolerancia, corno exaltación de las virtudes pasivas o como estímulo para la acción. 

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