La educación Jesuita. Parte Uno: La ilustración y el ámbito educativo.
Por Adriana Ortega. Universidad Iberoamericana.
La educación jesuita.
La ilustración y el ámbito educativo.
El debate iniciado por los ilustrados contribuyó vigorosamente en la Europa de la segunda mitad del siglo XVIII a la definición del nuevo objetivo de una educación elemental más uniforme y difundida. A partir de este siglo la palabra 'educación' empezó a estar en boca de muchos sectores de la sociedad; nunca antes ha habido en Nueva España tantas obras ni tantas propuestas sobre esta materia.
La importancia y el espacio concedidos a la educación se habían ampliado gradualmente, saliendo del ámbito de la vida cotidiana y del reservado a los discursos especializados o clérigos y funcionarios especialistas. Pasando de las teorías a los proyectos y de la mano con los planteamientos de autores europeos
Se trataba de algo más que un tema de moda, pues la instrucción entraba a partir de ahora, con todos los derechos, en la gran historia política de las ideas, las instituciones y los Estados. En la base de este cambio se hallaban un conjunto de razones no sólo ideológicas sino también materiales. Mientras en el pasado se había discutido sobre educación principalmente desde un punto de vista religioso y por boca de religiosos, los hombres de la segunda mitad del siglo XVIII tradujeron el debate a términos seculares.
El programa en que se reconocían los ilustrados giraba en torno a una reivindicación fundamental: la de una educación que, a partir de ahora, pretendía ser extensiva y poco a poco fue concebida como un deber público y no como una agregación de módulos formativos para grupos exclusivos.
Durante la ilustración , y bajo la tutela de sus pensadores, la escuela fue por primera vez reconocida como instrumento para la realización de la unidad moral de la nación al consolidar en una comunidad cohesionada diferentes constelaciones de individuos. Era la primera vez que se atribuía al Estado y sólo a él el cometido y el privilegio de dirigir un sector de la vida social que se había convertido en elemento clave.
En este tiempo y en el caso de Nueva España, junto a las escuelas de gramática latina, un paso entre los cursos superiores y las formas de saber más elementales, existían las escuelas parroquiales, diseminadas sobre todo en áreas rurales y dirigidas en primer lugar a la enseñanza de la doctrina cristiana y la lectura, pero que también podían ofrecer un primer contacto con la lengua de la Iglesia a los jóvenes destinados al sacerdocio. Luego, en los centros urbanos, donde la vida latía con mayor rapidez, donde el consumo y la demanda de noticias, saberes y prácticas culturales era bastante mayor, existían pequeñas escuelas que se encargaban específicamente de la enseñanza de los primeros rudimentos o de una formación profesional, como las gestionadas por los colegios jesuitas.
En esos mismo lugares actuaba el numeroso y complejo grupo de los maestros a sueldo de aritmética , escritura, lenguas y literatura; y el de las maestras, que desarrollaban a un tiempo la tareas de custodia y enseñanza, instruyendo a un público mixto en cuanto edad y sexo en las oraciones, el trabajo y las letras del alfabeto.
En el siglo VXIII novohispano el aumento de la población urbana, el dinamismo de las actividades económicas y la articulación de las estructuras sociales contribuyeron a aumentar el valor de uso de la cultura escrita. Además, la voluntad de difundir un mínimo de conocimientos y la asistencia a las instituciones escolares estaba vinculada solo parcialmente al proyecto ilustrado: el motivo predominante era, quizá, la preocupación de encuadrar las diversos grupos bajo la influencia de la pastoral cristiana.
Pero si bien la inquietud pedagógica es una constante en el pensamiento de la mayoría de los ilustrados , el propósito de hacer de la educación nacional un servicio publico está ausente de los planteamientos de los gobernantes españoles , los cuales se limitan a solicitar colaboración educativa de las sociedades económicas , la Iglesia , las familias y los poderes locales . Esta apelación a la filantropía privada supone la renuncia a imponer una red de enseñanza centralizada bajo la administración estatal que el vacío dejado eventualmente por los jesuitas hubiera podido propiciar. Posteriormente la creación de instituciones educativas de rango intermedio o la reforma de la universidad y de los colegios reales pudieron ocultar esa carencia y ese vacío irremediable de la educación de los colegios jesuitas a fines del siglo XVIII.
Por otra parte, una de las características comunes del sistema escolar del momento, al menos en los niveles superiores, era el hecho de hundir sus raíces en privilegios antiguos y en instituciones muy sólidas, lo cual obligaba a medir las fuerzas con una red de enseñanza muy articulada, rica en tradiciones y sólidamente ligada a la sociedad local. Aunque, por un lado, resultó indispensable arremeter contra el patrimonio y la autonomía por la que se regían las escuelas de las órdenes religiosas, hubo también que saldar cuentas con las organizaciones corporativas que controlaban buena parte de las universidades defendiendo celosamente sus propios privilegios y filtrando el acceso a las profesiones más lucrativas.
Así pues, no se deberá hablar tanto de cambio radical, cuanto de reorganización, de voluntad de reorientar hacia un sistema jerarquizado un ámbito académico tradicionalmente constreñido a unos cuantos. La general presencia del latín, útil tan sólo para un restringido grupo de privilegiados, la abstracción de un currículum de estudios que parecía sacar a los jóvenes de su mundo para incitarlos a vivir en la evocación constante de la antigüedad clásica, la rigidez de un monopolio eclesiástico , al que se acusaba de poblar únicamente los claustros, seminarios, eran algunos de los puntos focales en que se concentraba la polémica de la difusión del conocimiento en ese contexto.
Por otra parte, la aparición de una nueva filosofía del ser humano y la naturaleza había abierto perspectivas radicalmente diversas al fundamento educativo. La teoría empírica del conocimiento contenía en sí los gérmenes de una auténtica revolución pedagógica que precisamente los hombres de la Ilustración estaban llamados a explorar en todas sus consecuencias.
En efecto, si en el momento de su nacimiento, se concebía al individuo como una “ tabla rasa” cuyos contenidos morales e intelectuales derivarían de la experiencia sensible, la educación veía cómo su cometido y límites propios se ampliaban . La función que se le podía confiar a los colegios de la Compañía era la de plasmar una nueva humanidad conforme con los modelos más optimistas y utópicos, hasta alcanzar el grado de perfeccionamiento general que, representaba la meta final a donde había que dirigir la institución social en su totalidad, poniendo en primer plano factores de orden social y económico.
A ello había contribuido no poco la clausura de la poderosa red de escuelas jesuíticas, ramificadas a lo largo de dos siglos hasta cubrir la Nueva España, transformando en gran escala factores de orden social, cultural y económico.
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