La educación Jesuita. Parte Tres: Los colegios novohispanos.
Por Adriana Ortega. Universidad Iberoamericana.
La educación jesuita.
Los colegios novohispanos
En el año 1572 llegaron a la Nueva España los primeros 15 jesuitas, que encontraron un panorama muy diferente del que habían con- templado los frailes mendicantes de las primeras expediciones misioneras. Franciscanos, dominicos y agustinos habían distribuido sus conventos de modo que estaban dispersos en casi todo el territorio controlado por el gobierno virreinal y se ocupaban en la instrucción de los naturales, que ya no oponían resistencia a la recepción.
En las comarcas más populosas o en aquellas a las que habían llegado tempranamente, había conventos de las tres órdenes a corta distancia unos de otros. Celosos de sus jurisdicciones, no aceptaban la intromisión de otros religiosos o seculares ni consideraban necesario intensificar el apostolado, al que dedicaban menos fervor que sus antecesores.
El objetivo inmediato de los jesuitas fue obtener los recursos materiales que les permitieran afianzar las bases de la nueva provincia. Para ello dieron atención preferente a la población criolla y erigieron en la capital el que se llamó colegio máximo o de San Pedro y San Pablo. Las sucesivas fundaciones se establecieron en las ciudades más pobladas y se destinaron con preferencia a la asistencia espiritual y a la instrucción de los criollos.
Antes de finalizar el siglo funcionaban colegios en Antequera, Pátzcuaro, Puebla y Guadalajara, y se habían establecido residencias en Veracruz, Zacatecas, Durango y San Luis de la Paz.
En todos los colegios de la provincia, por solicitud expresa de los fundadores o por demanda de la población, se abrieron escuelas para estudiantes externos; allí donde había maestros de primeras letras a quienes encomendar la instrucción elemental, los jesuitas establecieron tan sólo el nivel medio de estudios, correspondiente al ciclo de humanidades. Con el paso del tiempo, en algunas ciudades se incluyó la enseñanza de artes y teología y fue frecuente que al establecerse los estudios superiores se redujesen o eliminasen los niveles inferiores.
Durante más de cien años gran parte de los novohispanos que aprendieron a leer lo hicieron en las escuelas de la Compañía, pero ya en el siglo xviii, poco antes de la expulsión, cuando había 22 colegios, se habían clausurado las escuelas de primeras letras en la mayoría de ellos. Sólo quedaban clases de esta enseñanza elemental en 7 y de gramática latina en 20; había cursos de artes en 12 y cátedras de teología en 1.
En los colegios establecidos se reglamentaba el número de días y horas de clase, los periodos de vacaciones, los recreos, las tareas, las lecturas correspondientes a cada ciclo, la forma en que podrían imponerse los castigos, la recomendación de los estímulos, el fomento de la emulación, la erección de congregaciones y toda una serie de actividades escolares, como las representaciones teatrales, los actos públicos y la renovación periódica del cuadro de honor.
Las escuelas para alumnos externos y los intemados o convictorios eran prolíficos semilleros de vocaciones para la Compañía. Una vez aceptados los jóvenes aspirantes para su primera 'probación" se convertían en novicios o juniores, que perfeccionaban sus conocimientos académicos a la vez que probaban su perseverancia y asimilación del espíritu de cuerpo.
Durante los tres primeros lustros de estancia de los jesuitas en la Nueva España fue poco lo que hicieron por la instrucción de los indios; esto motivó las quejas de algunos jesuitas, que se hicieron constar en las actas de la primera congregación de la provincia mexicana, reunida en 1577.
No sólo se lamentó en ella la falta de caridad manifiesta en la poca dedicación al trato con los indios y con los negros, sino que se criticó asimismo la decisión conciliar de prohibir la ordenación de sacerdotes indígenas.
Los colegios de San Martín de Tepotzotlán y de San Cregorio de México desde fines del siglo xvi, y el de San Javier de Puebla a mediados del xvin, recibieron en forma exclusiva alumnos indios a los que, excepcionalmente, se podría permitir que siguieran cursos de humanidades en los demás colegios de la orden.
La primera instrucción en estos colegios era de doctrina cristiana, para todos; la segunda, en la que los más hábiles, en especial si eran hijos de caciques, aprendían a leer; y la terrera, en la que se enseñaba a tocar instrumentos musicales y a cantar a unos pocos alumnos, seleccionados de acuerdo con la categoría social de su familia, sus propios méritos en el estudio y su comportamiento virtuoso."
La formación en el campo de las humanidades y en artes constituía la cultura más completa que recibían la mayoría de los criollos y servía de fundamento para los estudios superiores universitarios o la teología que se impartía en los mismos colegios de la Compañía.
Quedaron pues definidos, desde fecha temprana, los dos cauces de enseñanza escolar colegial a los que se dedicarían los jesuitas novohispanos: una minoría de jóvenes de las ciudades tendría acceso a estudios superiores y un grupo reducido de indios nobles se educaría en los internados y escuelas destinados a ellos.
La tarea docente de los jesuitas no se redujo a los criollos dentro de su influencia quedaron mujeres y hombres de diversa condición y en diversas instituciones: los indios, negros y miembros de las castas, los españoles pobres, ocupados en trabajos serviles o artesánales, los vagos y maleantes, los habitantes de ranchos y haciendas y los vecinos de pequeñas comunidades rurales.
No sólo las misiones entre los indios del noroeste les dieron la oportunidad de establecer reducciones controladas por ellos y sometidas a sus normas, sino que también llegó su mensaje a los barrios marginales de las ciudades, a los reales de minas y a los pueblos de indios, a los obrajes, a las cárceles y a los hospitales.
En la práctica fueron muy numerosos los recursos disponibles para la formación de los fieles, de modo que la instrucción escolarizada ocupó sólo una pequeña parte de los afanes de los jesuitas novohispanos.
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