Parte Dos: La educación Jesuita.
La educación jesuita.
La educación jesuítica.
Hablar de la educación novohispana en el siglo XVIII siempre nos remite a la docencia ejercida por las instituciones eclesiásticas católicas y hacerlo precisamente en Guanajuato nos obliga a recordar a los jesuitas. En Guanajuato los jesuitas tuvieron uno de los centros de estudio de humanidades y el noviciado de la orden además del pequeño internado para indios que tenían cerca de las diversas congregaciones de indios en las haciendas que mantenían los colegios.
Los jesuitas supieron aprovechar los conocimientos de su tiempo y aplicarlos de modo que respondieran a las necesidades de la sociedad. Por vocación apostólica y por asimilación del movimiento humanista que impregnaba la vida intelectual del momento, la Compañía de Jesús asumió como parte de sus actividades la tarea educativa que llevaría a cabo en diferentes lugares y niveles.
La importancia de la educación jesuítica no debe medirse por el número de alumnos que asistieron a sus escuelas ni por la relativa originalidad de sus métodos, sino por la trascendencia de su aplicación práctica y el alcance de su mensaje didáctico, dentro y fuera de los colegios.
Desde su fundación, y en todas las circunstancias, tendría un objetivo único y sumamente ambicioso: la renovación de la sociedad dentro del espíritu cristiano. En la práctica, esta renovación se identificaba con la sólida formación religiosa de los individuos y ésta requería un método pedagógico eficaz.
Cuando Ignacio de Loyola decía que la misión primordial de los jesuitas era ayudar a sus prójimos en el camino de la salvación, dejaba implícita la idea de que para prestar tal ayuda era preciso contar con los conocimientos y el temple moral adecuados.Se trataba claramente de desarrollar cualidades no sólo espirituales sino también intelectuales; y las instituciones académicas contribuirían con los estudios convenientes a afianzar los conocimientos necesarios.
Paso a paso, impulsados por su afán ecuménico y siempre dispuestos a acomodarse a las circunstancias, los jesuitas pasaron de la preocupación exclusiva por la formación universitaria de los miembros de su orden a la organización sistemática de los estudios destinados a los seglares. El modelo educativo y los métodos pedagógicos seleccionados correspondieron en principio al humanismo cristiano, si bien la Contrarreforma contribuyó poco después a definir el estilo propiamente jesuítico. Los hombres del Renacimiento, que habían propuesto el paradigma de caballero cristiano, recomendaron la selección de ingenios para las distintas profesiones, advirtieron de los peligros de una mala educación y propusieron métodos didácticos nunca antes utilizados.
Mas adelante, en el marco de la ilustración católicos y protestantes adoptaron las novedades pedagógicas con el fin de hacer proselitismo y de consolidar sus respectivas posiciones.
Entre las innovaciones formales fue esencial el establecimiento de un sistema, que sustituiría al desorden medieval; además se estableció por primera vez la distribución de los alumnos en clases, se impuso la especialización del conocimiento y se generalizó la predilección por el estudio de la lengua y de la cultura latinas, que se identificaron con las humanidades. Los cursos de gramática culminaban con la retórica, disciplina formadora de la mente y capaz de inculcar hábitos de moralidad.
La Compañía de Jesús llevó a la práctica estos principios, sin dejar de dar primordial importancia a la labor pastoral ejercida des- de el púlpito y el confesionario. Así como en cada escuela se enseñaba el catecismo de la doctrina cristiana y se recomendaban las prácticas piadosas, de igual modo en los actos litúrgicos se incluía un mensaje didáctico para la vida cotidiana.
La combinación de recursos pedagógicos adecuados, la universalidad del mensaje docente y la armonía entre valores estimados, reconocimiento de la sociedad y posibilidad de alcanzarlos proporcionó a la educación jesuítica su éxito indiscutible. Cuando la modernidad arrinconó los viejos valores, la enseñanza impartida en las escuelas de la Compañía de Jesús se desacreditó en la misma medida en que resultaba inútil para alcanzar las nuevas metas. Igualmente anacrónico habría sido aplicar los modernos criterios pedagógicos a la cristiandad occidental del siglo XVI.
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